“A reactivar la agricultura familiar”: asegura experto Albert Berry

3b02acb46a151c0d04a88154f328baf9.jpg

  • El experto, que hizo parte de la Misión Rural, asegura que tras el triunfo del No hay que seguir buscando poner en marcha un fondo de tierras. Ve como indispensable el impulso a la pequeña producción, acompañada de tecnología.

Albert Berry, profesor emérito de la Universidad de Toronto, hizo parte de la Misión para la Transformación del Campo y es uno de los expertos en economía latinoamericana más reconocidos en el mundo académico. Acérrimo defensor de la agricultura familiar, es uno de los invitados al seminario "Tierra y Paz Territorial”, que se llevará a cabo los días 26 de octubre, en la Universidad del Rosario y 27 de octubre en la Universidad Nacional, en donde debatirá acerca de la importancia de la redistribución de la tierra en Colombia.

En diálogo con este diario, explica por qué es necesaria una política más fuerte para promover la pequeña agricultura que, según él, genera más valor, empleo y productividad. Analiza el panorama del sector rural ante el No que dio la mayoría de los votantes del plebiscito y las consideraciones que, cree, deben tenerse en cuenta al implementar la política de las zonas de interés de desarrollo rural, económico y social (zidres), si es que la Corte Constitucional le da el visto bueno, entre otros aspectos.

¿El primer punto de La Habana estuvo bien planteado? ¿Y ante el triunfo del No, qué alternativas ve?

Hay muchas cosas que son independientes del acuerdo, que tienen que ver en cierto sentido con la redistribución de las tierras y la restitución a los desplazados. Eso es obviamente importante y ha tardado por la demora del acuerdo y por el hecho de que el conflicto de otra índole sigue como la fuente principal de la no restitución exitosa. Con la restitución se puede avanzar y eso depende de aspectos políticos locales también. Lo otro que se requiere es una política de apoyo a la agricultura familiar, muchos de los desplazados han tenido ese trabajo y es necesario actualizarlos. Durante los últimos casi 30 años hasta hace poco, esa política se había deteriorado en calidad, cantidad y enfoque, en parte por razones entendibles, como la violencia. Hay que reactivarlo, es uno de los aspectos más importantes a mediano plazo, se puede avanzar independientemente del acuerdo y se están haciendo cosas interesantes. Esa política de apoyo es tal vez más urgente para los desplazados que buscan restitución y es clave para todo el sector para que vuelva a tener por lo menos la potencia que tuvo antes, en los 70.

¿Qué características debería tener esa política?

Es claro que muchos pequeños agricultores requieren más tierra. Se necesita una política de acceso a la tierra, no solo a los restituidos sino a otros pequeños agricultores, que por uno u otro motivo tienen insuficiente tierra. El otro aspecto es el apoyo tecnológico continuo. Su primer elemento es la investigación en centros de investigación, acompañada de servicios de extensión. Se requiere el flujo de información si se quiere que la productividad siga subiendo. Eso pasó en los países de la revolución verde, en los que la producción creció 3 % anual, que es muy bueno, y los ingresos crecieron aun más rápido. Con ese éxito, Colombia acabaría con buena parte de la pobreza rural en 10 o quizá 20 años. Los elementos casi universales para el éxito son tierra y tecnologías, pero la infraestructura es importante en algunas regiones, en otras el agua es escasa. Hay que cubrir las necesidades con una política regional efectivamente.

¿Cómo evalúa las zidres? ¿Cree que, como defienden algunos, es un complemento para la agricultura familiar?

En general, para mí, los otros componentes del sector agropecuario están en competencia con la pequeña agricultura si están buscando la misma tierra. Me preocupa siempre cuando se propone ampliar mucho la tierra utilizada en la agricultura grande y comercial. En la mayoría de países, tarde o temprano eso ha entrado en competencia con la pequeña agricultura y la ha dañado. Mi interés en la pequeña agricultura es el de un economista que considera que económica y socialmente es más eficiente que la grande. Si es tierra que los pequeños no podrían utilizar simplemente, entonces no hay ningún problema, pero creo que es un tema en que hay que caminar con mucho cuidado, porque la historia nos inunda con experiencias negativas sobre la competencia implícita de esos dos sectores. Además, la situación política siempre abre espacio a la agricultura no familiar, porque tiene mucho más poder político. Es trabajo de los tecnócratas evaluar en qué grado están en competencia. La experiencia de los últimos 40 años, con la dimensión del desplazamiento en Colombia, es fruto en buena parte de una competencia por la tierra. Hacer como que no hay problema es estar ciego.

Esa política apunta, entre otras, a romper con la figura la UAF. ¿Considera convenientes ese tipo de límites a la cantidad de tierra que se puede tener?

Las experiencias más exitosas de todas son las del sureste asiático. Taiwán siempre ha tenido límites. Son niveles que implican el acceso a todo el mundo. Japón también tiene esta historia y ha aumentado el límite en la medida que la gente sale del campo al sector manufacturero, etc. ¿Que si creo que esos límites tienen éxito? Sí. Sirven si el sector público da apoyo a la pequeña agricultura para que aumente su capacidad de producir. Mucho de la crítica del límite se basa en que hay economías de escala en la agricultura, en promedio eso no es cierto. Lo que producen los pequeños, como lechugas y café históricamente es mucho más eficiente, altamente rentable, en comparación con lo extensivo. También mucha gente que quiere más tierra no es necesariamente para ser más productivo sino por otras razones.

¿Qué tan importante es que el campesino tenga el título de su tierra? Lo pregunto porque en el país también se ha hablado de una política de condominios rurales, en la que el campesino tiene empleo y tierra para trabajar, pero no el título.

El título es importante porque invita a la inversión, implica seguridad. La mayoría de los sectores agrícolas más exitosos en el mundo han tenido buena seguridad, por lo menos el título, o en algunos países "exsocialistas” tienen derecho a 50 o más años. En principio estoy a favor de la idea de titulación individual, pero con frecuencia el proceso de titulación es imperfecto legalmente, burocráticamente. Se ve que los que tienen acceso fácil a abogados deshonestos terminan con la tierra y otros pierden. Por otra parte, a la idea de que un grupo de productores es más eficiente en un proceso cooperativo, le veo algunos aspectos válidos, pero tengo miedo de que la gente suponga que el pequeño agricultor no tiene la capacidad de ser eficiente y llenar sus necesidades. Fue un error que se hizo en una reforma agraria en Perú por un gobierno militar en los 70, compraron o tuvieron acceso a propiedades y más bien al estilo ruso. No tenía lógica económica ni social. Es un área que requiere de mucho cuidado. Lo mejor no es obvio. Hay que evaluar las propuestas. Muy bien diseñadas pueden tener sus ventajas.

¿Cree que el fondo de tierras que se planteó en La Habana es un vehículo adecuado para garantizar el acceso a tierra? ¿Qué hacer ahora?

El fondo me parece muy importante. A través de las discusiones de la Misión y en otros grupos se dieron cuenta de que el fondo tiene que ser bastante grande para que impacte como se necesita. Tenemos un país con tanta gente desplazada y una parte de ellos queriendo volver. Colombia sería más saludable con agricultura familiar, con buen apoyo, seguridad física, etc. Lo factible en términos fiscales también hay que medirlo, si el país no tuviera limite fiscal sería deseable un fondo mayor. Mejorar el acceso de los desplazados y otros productores que lo merecen es clave para mantener la paz. Espero que los participantes en las discusiones de ahora y los que entrarán se den cuenta de que sin algunos elementos de ese plan acordado el país quedará en peligro. Hay que mejorar el acuerdo, pero hay elementos claves como este que si no se mantienen perderé mucho del optimismo.

 

  Fuente: El Espectador